sábado, 21 de febrero de 2009

Música para aprender, música para crecer, música para soñar.

La música es vehículo y herramienta básica en la educación, y aunque más usada históricamente, es la piedra angular en la Educación Infantil actual. Y lo es, porque quizá es en este periodo en el que los mensajes “subliminales” son la fórmula más eficaz para hacer llegar un concepto, una idea… a un público que cuenta con ciertas limitaciones en aspectos importantes (por ejemplo la atención o el lenguaje).
El efecto de la música es inmediato en los niños, y si se hace un uso orientado y selectivo de ella, puede ahorrar mucho tiempo y esfuerzos en la consecución de objetivos educativos y favorecer el desarrollo personal de los alumnos.
Pero ¿cómo elegir la estructura musical que cree el clima adecuado en clase? ¿Cómo valorar la idoneidad de una u otra selección musical?
En mi opinión la respuesta está en la subjetividad misma del que la elige. Y digo esto porque como maestros he observado que la convivencia con los niños aporta una sensibilidad (subjetiva) especial para saber que funcionará y que no. Para poder hacer esta valoración además de con esta sensibilidad hay que contar con un repertorio en constante expansión, tiempo para seleccionarlo y objetivos claros a lograr.
Dentro del repertorio creo que debemos tener en cuenta algo mas que las socorridas canciones infantiles (que son, por supuesto, la sal de la música en el aula) Además de estas existe un océano de sonidos que van desde los clásicos, pasando por los ritmos mas tradicionales del folk cercano a los mas étnicos y lejanos, pasando por los ruidos de la naturaleza. Con este abanico infinito enriqueceremos sus oídos y desarrollaremos su paladar musical, del mismo modo que se desarrolla el paladar culinario: poco a poco y filtrando bien los nuevos “sabores”
Para esto la implicación del maestro debe ir un poco mas allá, requiere el compromiso por abrir sus propios horizontes e investigar con inquietud en el universo sonoro que nos rodea.



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